miércoles, 11 de abril de 2007

ENTREVISTAS



Luis Yuseff en busca de la rosa
Por Leandro Estupiñán

http://cubavistaalasseis2.blogspot.com/2009/06/luis-yuseff-en-busca-de-la-rosa_04.html


Luis Yuseff (Holguín, 1975) lanzó el anzuelo y pescó doble. En realidad, era un mismo anzuelo (la poesía) y dos eran las carnadas (el cuaderno Dolor de la resurrección y el libro La rosa en su jaula). Los lanzó y picaron los jurados (Raúl Luis, Guillermo Rodríguez Rivera y Teresa Fornaris, en La Gaceta; Virgilio López Lemus, Alfredo Zaldívar y Geovanys Manso, en el “Oriente”) de dos premios de importancia: la XIII edición del Premio de Poesía La Gaceta de Cuba y el Oriente. Buena pesca. Alguna vez escribí que Yuseff parecía un pescado. Cuando se queda quieto, lo veo como uno de esos peces de pecera que parecen observarnos detrás del cristal, mientras abren y cierran la boca como si nos dijesen algo. Pensándolo mejor, se me parece al inglés Oscar Wilde. No lleva la rosa en el bolsillo, ni se exhibe vestido de manera escandalosa como el inglés, pero la guarda en su interior. Es su leitmotiv, su sueño recurrente, su símbolo persecutor.Le ha cantado a “la rosa de las ruinas, la rosa de arena, la rosa de Beirut, la rosa imperial austriaca, la rosa suicida, la rosa de nadie…”. Ah, la rosa de nadie. La rosa es un símbolo permanente en su obra, compuesta por libros de poesía y prosa, ganadores del Premio de la Ciudad (2003), los lauros Calendario (2005) y Adelaida de Mármol (2008) y algunos otros. La rosa y la libertad (¡esa dama perseguida por las artes!), lo que se tiene y lo que no se tiene, la nostalgia, algunos amores como la poeta Dulce María Loynaz... Son sus visiones y motivos.Ahora, en los textos acabados de premiar, vuelve con alguno de estos símbolos. La rosa en su jaula, el Premio Oriente entregado por la Editorial de igual nombre en Santiago de Cuba, es un libro divido en tres partes. En ellas, trata de homenajear a escritores cubanos, entre los que se encuentra un ser descomunal como lo fue José Martí. También, se fija en rusos que vivieron el conflicto de la Revolución como Serguei Esenin y Vladimir Maiakovski. Claro, un aparte especial lo tiene Dulce María.Dolor de la resurrección, por su parte, es un cuaderno integrado por poemas que parten de un libro inédito. Fueron escritos recientemente y su concepción es totalmente distinta al cuaderno antes mencionado.De sus autores de cabecera, ha heredado Yuseff algunos presupuestos para la escritura y algunos símbolos que, si la Premio Cervantes 1992, Dulce María, cultivaba en su Jardín, habrá recogido él en su Salón de última espera o en el río que atraviesa su patio cuando llueve. Es un privilegio de poetas: casa donde llueve dentro y fuera y la poesía se trasforma en barquitos de papel que terminan desvaneciéndose con la creciente, cuando la humedad es excesiva.A Yuseff lo he visto en las distintas peñas literarias que vive la ciudad: en el Café de la UNEAC, preparado por Manuel García Verdecia (ganador hace un año del mismo premio en La Gaceta…), en los espacio de Joaquín Osorio, en aquellos que organizaba cuando era vicepresidente de la AHS y compartía con coetáneos como Kenia Leyva. De todos los recuerdos, guardo con agradable entusiasmo aquel que me llevó a conocerle en la Feria del Libro del 2005.Fue en Las Tres Lucías y Luis Yuseff presentaba el libro de sonetos de Joaquín Sabina que José Luis Serrano había presentado días atrás en La Cabaña en presencia del español. El Café estaba repleto y era tanto el alboroto y la confusión que por algunos meses pensé que Yuseff usaba bombín, hablaba ronco y le cantaba a la rosa de lima, prima lejana, lengua de gato, bicarbonato, de porcelana. Mas, pronto hube de volver a la realidad y el holguinero tuvo en mi mente el lugar que ocupa en la actualidad. Su rosa es otra, más triste, pero le entretiene. Durante sus tardes en el Café, mientras se dirige al barrio donde vive o al hospital donde trabaja, la rosa le acompaña, tan enigmática como la de Gertrude Stein, aquella poeta que un día, hace mucho tiempo, escribió: “Una Rosa es una rosa es una rosa es una rosa…”


Con los pies en la tierra
Por: Rubén Rodríguez





Luis Yuseff (Holguín, 1975) acaba de obtener el Premio de la Ciudad de Holguín 2003 en Poesía, en el certamen anual homónimo. Químico de profesión y poeta por vocación, ganó recientemente, además, el concurso “El árbol que silba y canta”, con el cuaderno Posada del vino resplandeciente, y su libro El traidor a las palomas fue uno de los más vendidos por Ediciones Holguín el pasado año. Ahora responde qué es Vals de los cuerpos cortados.
“Me resulta siempre difícil definir con pocas palabras algunas cosas, aunque se dice que el verso es síntesis y si aspiro a ser considerado como poeta entonces no estoy siendo coherente con la causa que defiendo. Es como si me pidieras que definiera qué ha sido mi vida con una o dos palabras, entonces corro el riesgo de dejar fuera los matices que a veces son tanto o más interesantes que las cosas propiamente malas o buenas que me han sucedido. Puesto en situación, el vals de los cuerpos cortados es la luz, el cuerpo no reposado en el iris del ojo y es, además, la isla. A veces ellos no se enteran, pero se me pasan las horas cortando los cuerpos con la luz.

¿Qué es un Premio de la Ciudad para un poeta holguinero?
Yo no sé si para un periodista, un artista plástico, un actor, un arquitecto o un realizador de radio o televisión tendrá el mismo significado el Premio de la Ciudad que para un poeta. Más si eres nacido en estos lares. Es como si se te abriera una puerta, la de ese Parnaso holguinero, con sus poemas memorables. Creo que se tiene como un sentimiento de pertenencia. No debe ser muy cómodo pasarse la vida de profeta en tierra ajena, aunque el certamen desde hace cuatro años tiene un carácter nacional. Así somos de chovinistas.

A diferencia de otras tendencias en uso, ¿por qué tu búsqueda obsesiva de la belleza?
Lamento que muchos escritores de mi “generación” le teman a esa palabra como el Diablo a la cruz. No sé porqué encuentran en este modo de decir el antítesis del arte o lo que creen ellos que es el arte. Me salva que desde Miguel Ángel Buonarrotti hasta Cosme Proenza el arte que ha perdurado es el que le dice algo a la gente a través de los cánones de belleza que se corresponden con cada época. Vivimos en un mundo gris donde a diario se habla de catástrofes y muertes. No hay que volver cada vez sobre el terreno minado. No es que evada mi tiempo. Vivo con los pies en la tierra, pero si me dieran a escoger optaría por la Belleza. Amo los Nocturnos de Chopin porque detrás de su serenidad hay tormentas.

¿Intertextualidad por moda?
Los personajes que recreo en mis versos son mis marionetas. Yo los uso. A veces, encuentro algún puntilloso tratando de desentrañar de qué agua bebí. Lo que sucede es que a veces me invento esos fantasmas para divertirme -no para evadirme- y otras son ellos quien me inventan a mi. La intertextualidad es una trampa. Y como toda trampa tanto el que la ignora como el que la tiende corren el mismo riesgo de caer en ellas si no se les maneja con cautela. Por otra parte, las modas son peligrosas. No sigo escuelas, no me importan los ismos. Escribo como me gusta, no para concursos, aunque esta sea una de las pocas posibilidades reales de tener acceso a una publicación.
En definitiva, creo que lo más importante es que a pesar de la hegemonía de Los Diez Poetas (reales) que existen en la historia de la Literatura Universal, a decir de Abilio Estévez, tú sientas que tu voz habla por tu boca. No hay que preocuparse demasiado por la posteridad.

Dos premios nacionales en un mes. ¿Crees en la suerte?
Sí. Esa señora es como la hoja de yagruma. Y el que concursa obligatoriamente conoce sus dos caras. Yo no he sido la excepción.

Múltiples voces te acompañan. ¿Cuáles?
Los queridos fantasmas de los que ya te hablaba. Pero los más cercanos son, sin dudas, Gastón Baquero, Virgilio Piñera, Eliseo Diego, Luis Cernuda, Konstantinos Kavafis...Y uno que anda por la periferia de estos valles procurándose el aire entre los ocujes.

Tu poemario El traidor a las palomas es uno de los cuatro libros más vendidos de Ediciones Holguín en 2002. ¿Qué significa para un autor joven?
Hace unos días los medios de prensa internacionales comentaban sobre las ventas millonarias de los Poemas de Amor de Antonio Gala. Eso es lo que yo llamo realmente éxito comercial. Pero bueno, si tienes en cuenta que la tirada de Ediciones Comunidad, que es el sello editorial que publicó acá el cuaderno al que te refieres, es de apenas unos 300 ejemplares y que otros autores en igualdad de condiciones de promoción no hayan logrado que sus cuadernos se agotaran de las librerías en apenas unos pocos meses es, sin dudas es indicador de algo, pero habría que entrar en consideraciones más económicas que poéticas y a mí sobre todas las cosas me interesa la Poesía.

¿Químico o poeta?
Poesía y Ciencia tienen que aliarse en el magno esfuerzo por acudir la una cuando la otra necesite auxilio. De modo que si la Ciencia se fatiga, le prenda la Poesía sus alas invisibles; y si a la Poesía se le derriten las alas, sea la Ciencia quien se la eche al hombro y siga andando... Son palabras de Dulce María Loynaz, otro de mis fantasmas perdurables y, quizás, el más peligroso.

¿Para ti, literatura es talento u oficio?
El poema es como una caja de música. Los mecanismos que la hacen funcionar deben permanecer impecables. Pero la música que canta al oído viene de más adentro. Es verso se construye, pero la poesía es otra cosa.





Los cantos de mi lira
Por: Jennifer Piñero Roig




“Desde que el hombre lanzó la primera palabra de amor hacia el caracol de otro oído, ha tratado de encontrar la palabra de amor perfecta”, así escribía la poetisa cubana Teresa Melo al prologar una antología de poemas de amor para la Editorial Oriente, hace algunos años. Pero esa misma frase podría enarbolarla Luis Yuseff, otro poeta cubano, holguinero de nacimiento, porque sus versos traslucen esa ansiedad por expresar lo que el humano tiene dentro, aunque aún no exista y no se haya inventado la palabra que traduzca el sentimiento.
“Somos amantes, y los intrusos siempre asustan./ Pasado el miedo desordeno tus sábanas./ Te llevo a mi regazo./ Rescato el ‘te amo’ que ibas a decirme hace/ un momento cuando el susto lo retuvo en la/ garganta, hecho un nudo de hojas secas”, así cantan los versos de uno de los poemas de Yuseff, del volumen Yo me llamaba Antonio Broccardo. El poeta holguinero muestra una trayectoria cada vez más afianzada dentro de la lírica, a pesar de la juventud de sus treinta años. Luis Yuseff ha recibido múltiples distinciones nacionales y territoriales entre las que figuran, por ejemplo, el Premio de la Ciudad de Holguín y el “Alcorta” de poesía en el año 2003 y el “Pinos Nuevos” del 2004, también en la misma categoría. Además del mencionado anteriormente, ha publicado otros libros como Los navíos de Pavel Horov, El traidor a las palomas, Golpear las ventanas y Vals de los cuerpos cortados.

Manuel García Verdecia, en el prólogo al poemario Yo me llamaba Antonio Broccardo, se refiere a usted como “un poeta con un mundo personal que comunica mediante una voluntad estilística cuidadosa e informada”. ¿Cómo se ve a sí mismo?
Hablar sobre uno mismo implica adoptar la posición del ojo que mira desde afuera. Además, cuando se asume el asunto, suele caminarse por un terreno plagado de poses y lugares comunes que pretenden provocar estados de opinión más o menos favorables sobre nosotros, más que sobre la obra. Es molesto. Al menos en mi caso. Me admiro cada vez que escucho -o leo- a los críticos emitiendo opiniones con un discurso tan preciso sobre la obra ajena. Y a veces sobre la propia.
Sin embargo, pienso que si algo he logrado con mis versos es dejar un mensaje diáfano, bien informado –porque no escribo de lo que no sé– y también cuidadoso –pues no admito la publicación de un solo verso sin considerarlo terminado. Mi tortura es hacer y rehacer. Soy mi propio devorador. Lo publicado no es más que el resultado de muchas horas de autolectura, reescritura, apego y desapego. Después que publico un libro no quiero leerlo nunca más.
Hasta ahora ha publicado textos poéticos, sin embargo, actualmente cursa el taller de técnicas narrativas del Centro de formación literaria Onelio Jorge Cardoso, ¿se anticipa un giro en su manera de expresión? ¿Siente de alguna forma que la poesía no alcanza para decirlo todo?
En esa materia sí que soy reciente, de ayer mismo, como diría Eliseo Diego. Cuando hace años visité la casa del escritor Eduardo Heras León e Ivonne Galeano, gestores del Cardoso, aún no me acercaba a la narrativa. Él me preguntó si yo “escribía cuentos”. Ante mi negativa, levantada como bandera de triunfo a favor de la Poesía, me dijo con sentido del humor: “ya la traicionarás”. Dos años después estaba escribiendo mis primeros cuentos. Como soy ordenado en los proyectos literarios –aunque luego los abandone– me surgió la idea de un cuaderno, ¿Qué horas son, mi corazón?, que aunque algo adelantado, aún le falta camino por recorrer. No me apuro.
Tampoco ha habido traición a la Poesía. En todo caso, es una dulce traición que me da la posibilidad de traer nuevas luces a esa “manera de expresión”, sin que esto último resienta mi oficio de poeta o lo desplace completamente a un segundo plano. Hay temas que exigen un formato narrativo y otros el verso, pero puedo ficcionar, cómodamente, en cualquiera de los géneros que escoja. Aunque, para mí, la Poesía es, más que nada, una manera de sacar lo que ya hay; mientras la narrativa me da la posibilidad de divertirme, cosa que casi nunca me ocurre con el verso.
Todavía no sé qué va a ocurrir conmigo como “narrador”, sería demasiado arriesgado aventurarme a hacer conjeturas de cualquier tipo cuando ni siquiera sé cuál será mi destino como “Poeta”.

Uno de los temas más recurrentes dentro de la literatura cubana es el fenómeno de la insularidad. En Vals de los cuerpos cortados muchos versos aluden a la isla, ¿qué significa la isla dentro de su obra? ¿Es como un peso, o más bien una presencia intangible y por tanto liviana?
La isla, o la Isla, significa para mí lo que para muchos. No creo que la sufra más o menos que otros, a no ser por el ojo del creador que es el que se impone cuando escribo sobre “el tema”. Sufro y me río de cada una de las cosas que veo a diario y esto pudiera sucederme en cualquier parte del planeta. Lo que sucede es que para los cubanos la insularidad adquirió otra connotación de los ´90 hacia acá. Hemos sido marcados por el éxodo. El año 1994 fue un detonante en la poesía. A partir de entonces la isla comenzó a pesar distinto. De pronto –y es comprensible porque muchos vimos partir a familiares y amigos a la suerte de los mares– se incorporó al discurso poético todo el dolor que supone la separación, la pérdida, el desarraigo, sin censurar las motivaciones que impulsaron a tantos a esa aventura suicida. Para mí es lo más conmovedor de la literatura que generó, y que está generando toda esa circunstancia dolorosa, lejos de cualquier posición política oportunista.
Por otra parte, no me olvido de los que estuvieron antes de mí. Pienso en Gertrudis Gómez de Avellaneda, con ese soneto memorable, Al partir. Pienso en el poema sin nombre de Dulce María Loynaz, Isla mía, que bella eres y que dulce... y Oda a la joven luz, de Eliseo Diego. Cómo olvidar Noche insular, jardines invisibles, de José Lezama Lima y La isla en peso, de Virgilio Piñera, el poema que mejor resume la nacionalidad cubana, sus olores, el color de su gente, sus perversiones y el encantamiento que provoca.
En Vals de los cuerpos cortados, mi segundo poemario, más allá del trasfondo hedonista que supone el título, trato de trascender el erotismo para involucrarme en la temática de la insularidad, vista desde la familia, los amigos, el amor. Escribo de la isla desde mis posiciones, y no siempre son las del observador cómodo, complaciente, conciliador.

La discusión acerca de las diferencias entre la capital y el interior del país, en cuanto a las posibilidades de publicación y reconocimiento, es ya verso antiguo, ¿cómo asume ser un intelectual de provincia?
No se es “intelectual de provincia”. Si fuera así habría de generarse toda una denominación para incluir a los intelectuales de municipio, barriadas y demás... El intelecto trasciende las fronteras geográficas. Tampoco creo que determine demasiado el lugar donde vives para acceder a una publicación en las editoriales de alcance nacional. Es un tema trillado, pero no deja de ser espinoso y polémico. No me interesa plantear un discurso resentido con ribetes de escándalo que pudiera ponerte a pensar que estoy necesitando una entrevista por la T.V, una página cultural a mi nombre o una publicación en Letras Cubanas.
Mis problemas (y los de muchos otros) con los concursos y las publicaciones, no tienen que ver con la lejanía que existe entre la provincia y la capital, sino con el modo de asumir la literatura, aunque esto todavía no impida que se pueda distinguir una gran variedad de voces en el panorama de los publicados.
Hace unos días, en la Feria Internacional del Libro, alguien me comentaba que la lírica “había pasado de moda”. Me salva que no escribo motivado por intereses bastardos, de lo contrario andaría haciendo “pininos” para estar a la altura de los tiempos que corren. Por suerte, y no temo parecer cursi, todavía aparecen jurados justos, capaces de apartar la rosa del abrojo o diferenciar la ventolera de la modernidad, de la brisa cálida que impulsa la verdadera literatura, sin importar desde donde se escriba, si en París, Viena, Madrid o New York, verdaderos emporios de la publicidad, todos tan lejos de La Habana.

Holguín es una tierra reconocida por ser suelo fértil para autores de poesía. ¿Qué aporta a la larga tradición de poetas holguineros? ¿Cuál es el principal valor que señalaría a su poesía?
Eso de que Holguín es suelo fértil para poetas, es, como muchos otros, un invento holguinero, como el Burro de Mayabe o nuestras leyendas de jigües y fantasmas en La Periquera. En todo caso, es un lugar común que se disfruta. Si tienes la autoestima baja, y dices en cualquier otra provincia del país que vienes de las tierras de García Holguín, dan por sentada tu calidad poética. Y eso es mentira. Uno no puede escudarse con la obra ajena. Al autor de un verso tan memorable como “hay un lugar llamado humanidad...” no le haría mucha gracia que juzguen el todo por la parte. Los que hoy son considerados escritores en Holguín, se ganaron un nombre con una obra sólida, auténtica. Los más jóvenes estamos en la obligación de hacer lo mismo. Por otra parte, si algo aporto o aportaré a ese coro polifónico, no es asunto que se pueda juzgar ahora. Creo que algo me distingue, pero si me consagra o no ese algo, que se puede llamar estilo, serán otros quienes se encarguen de verificarlo.

En Vals de los cuerpos cortados, decía: “Sólo trato de escribir unas pocas líneas./ Dos o tres palabras. Versos para hacer música a los oídos/ de las personas que se invitan a la casa./ Palabras que si algún poder tienen no será el de libertarme.” ¿Qué sortilegios aprisionan al poeta que hay en su interior?
Son muchas las magias que me liberan y otros tantos los sortilegios que me aprisionan. Por eso, en una parte importante de mi Poesía, aflora un mundo de referencias que antes hago pasar por finos tamices, una especie de resina selectiva que escoge o rechaza lo que luego pasará o no a formar parte de mi ámbito de lecturas asimiladas, poetizables. De todas formas, esos versos que citas, pertenecen a un poema titulado “Flores de hierro en el pecho de un hombre”. Este título parodia un verso de Luis Cernuda, pero nada tiene que ver mi poema con la poética del español. Lo escribí después de una visita a un taller literario en la Prisión Provincial de Holguín, esa fue la fuerza motriz; el resultado es el conjunto de muchas vivencias que van anunciándose hasta terminar insertadas armónicamente al conjunto. Lo mismo me sucedió con “Canción napolitana”, un poema al éxodo, a mis amigos que se van del país, luego regresan y nos encontramos distintos. Como en la canción de Atahualpa Yupanqui, “cada cual cree que no cambia y que cambian los demás”. Es el riesgo que se corre. O el poema “Esquema de la impura rosa”, que es un divertimento dedicado a Gastón Baquero, escrito después de la muerte del poeta en Madrid. Lo que sí puedo asegurar es que antes debo ser visitado por algún oscuro sortilegio y no siempre soy elegido. Será por eso que demoro tanto en escribir. No me inquieto, sé que de pronto surge un impulso indetenible que me lleva al papel, imágenes que se agolpan, sentimientos que me torturan o ideas que, conscientemente, pueden llevarme a un buen poema. Siempre que escribo garantizo el presupuesto, de lo contrario no hay que aventurarse a emborronar la pavorosa hoja en blanco.

Sus poemas tienen por eje central el amor pero, por momentos, rezuma de su obra cierta ironía agónica, como una tristeza que decolora todo alrededor. ¿Qué pudiera motivar la desesperanza que a veces salta de sus páginas?
Acepto que mi poesía tiene por eje central el amor, no me quedan dudas, es el más universal de los sentimientos. Cualquier cosa que se haga, no es sino un modo de retomarlo. Está muy equivocado el que piensa que puede pasar por alto los grandes temas de la literatura de todos los tiempos, la Muerte y el Amor. Y si doy por cierta tu afirmación, entonces se deduce que el pedido incluye tristeza, agonía, dolor, desesperanza. Los poetas no vivimos en una torre de marfil, así que, aparte de los problemas que nos agenciamos por voluntad propia, están los que se nos echan encima sin previo aviso, las carencias de todo tipo, incluidas las materiales, el desamor, el ultraje, la manipulación, en fin, todo eso conforma la vida.

Siempre vemos hermoso al objeto amado. Uno de los versos de "Kodak Paper I", poema de Vals de los cuerpos cortados, reza: “Uno termina pareciéndose a lo que ama”; en otro de sus libros, Yo me llamaba Antonio Broccardo, un fragmento indica: “Por eso te digo Girolamo, mi bello Girolamo, cuídate de esas miradas. La belleza mata.”¿Cómo resuelve la contradicción implícita? ¿El amor se condena por matar?
Decía Marguerite Yourcenar que no hay verdadera voluptuosidad sin fascinación de la belleza. Lógicamente, la cita se refiere a la belleza que podemos ver, palpar. Podría enmendársele la plana a la gran escritora, pues es polémica la máxima, pero me confieso partidario de lo que defiende. De ahí que la asuma como propia y se pueda, después de una lectura inteligente, percatarse de que ese segundo fragmento citado de mi poema, es como la continuación involuntaria de las palabras de la Yourcenar. La Belleza es, en mi poesía, una búsqueda que no cesa, por ese motivo me resulta tortuosa. Ya he explicado que mi creación es el resultado de muchas autolecturas, reescrituras, apegos y desapegos. Eso no excluye la búsqueda de la belleza formal, exterior, del texto sobre el papel, pero también la belleza de la imagen que queda atrapada entre las palabras que la hacen orgánica, vital. Es un propósito deliberado. He llegado a algunas conclusiones que me hacen defender la idea de que a los lectores no hay por qué recordarles todo el tiempo el horror. Y si lo haces, entonces manipúlalo. Intérnalo engañado en la bruma. Hazle creer que estás dejándolo entrar al paraíso, cuando son los círculos del infierno los que le reciben.
También es cierto que uno termina pareciéndose a lo que ama, pero esas no son palabras mías, lo dijo la Loynaz en algún momento. Me pareció una verdad tan rotunda que no pude prescindir de la idea de incluirlo en ese poema. Esa imitación al ser amado, aparte de las zonas de deslumbramiento, también incluye las bajas pasiones del otro, lo retorcido que pueda ser y que, casi siempre, termina haciéndole daño al que ama. Tal vez me explique mejor si te confieso que amo cada uno de esos rostros, de esos cuerpos por los que vale la pena salir a matar. Cada vez que pasan a mi lado, no pienso en la salvación de mi alma, sino en el fuego en el que voy a arder por la eternidad.

¿Cómo caracterizaría al lector ideal de su obra?
Es el que me usa sólo como intermediario. Reescribe lo que lee. Lee lo que reescribe. Y si la oportunidad es concedida, un día se te acerca y dice: “Eso pude haberlo escrito yo...” Pero está consciente de que no lo hizo. Es un ser pacífico, no pacifista. Te reta todo el tiempo, pero las armas las escoges tú como escritor. Piensa que te ha ganado la batalla, pero casi siempre queda rendido a tus pies y acepta, finalmente, su condición desventajosa, sin peores consecuencias. Te aprueba o desaprueba, pero te admira.

De no haber sido Luis Yuseff, nacido en 1975, poeta y cubano, ¿quién o qué le hubiera gustado ser?
A esta misma pregunta contesté, en una ocasión, que de no haber sido el perfecto alucinado que soy me hubiera gustado estar más cerca de la tierra. Sería un jardinero mirón que escucha todo el tiempo. Cultivaría la rosa, y Violeta Parra cantaría para mí eternamente: Gracias a la vida... A esto quisiera añadirle, que cualquier propuesta del Más Allá, en materia de reencarnación, ajena a estas intenciones puramente literarias serían bien recibidas. Como el poema de Kavafis, pienso que cada vida es una ventana que se abre. Y esas ventanas “quién sabe que nuevas cosas me mostrarían”.







Buscar la belleza es mi credo a seguir
Por: Jennifer Piñero Roig



posas a las puertas
del infierno
junto a un reloj que
a cada hora en punto anuncia
nunca saldrás
de aquí nunca
saldrás de
aquí…





Frágil, como el cisne salvaje de Nogueras, Luis Yuseff no ignora. Todo lo contrario, dirige su mirada atenta hacia todas direcciones; observa, silencioso, los edificios derrumbados, las calles transitadas por humanos, animales y máquinas; el rostro de los ancianos en busca de respuestas a la constante incertidumbre de estar vivo. Luis Yuseff saca de sí sus angustias alegrías a través de la forma sinuosa de los versos.
Con solo treinta años, ha obtenido varios premios nacionales y provinciales como el Pinos Nuevos 2004, el Alcorta 2003 y el Premio de la Ciudad de Holguín 2003. Entre sus libros publicados se cuentan Los navíos de Pável Horov (Editorial Cuadernos Papiro, 1999), Esquema de la impura rosa (Ediciones Vigía, 2004), Yo me llamaba Antonio Broccardo (Ediciones Almargen, 2004) y Golpear las ventanas (Letras Cubanas, 2004).

Hace diez años, era un joven recién graduado de Química Pura. Hoy, el nombre de Luis Yuseff va unido al epíteto de poeta y comienza a reconocerse en todo el país. ¿Cambió algo para usted?
Desde hace una década me gradué de Química en la Universidad de Oriente y todavía la ejerzo, nunca me he apartado del mundo fascinante de las ciencias. Al respecto, siempre recuerdo a Dulce María Loynaz y a José Martí. Él dijo que no había encontrado mayor poesía que en los libros de ciencias y la Loynaz, en Un verano en Tenerife, escribió que la poesía y la ciencia tienen que aliarse en un magno esfuerzo por acudir la una cuando a la otra le haga falta.
Algo semejante ocurre conmigo. He llevado ambas cosas, la poesía y la ciencia, de una manera, quizás, pacífica. Ninguna le roba tiempo a la otra. Como químico, además de trabajar en el laboratorio de un hospital en Holguín, imparto docencia. Como poeta, trato de publicar mis versos.
Claro, el hecho de haber visto publicados libros míos en varias editoriales del país, Cauce, de Pinar del Río, Letras Cubanas, Ediciones Holguín, supone un compromiso estético. Como exige mucho, es natural que cambie el destino. No es igual la creación solitaria para unos pocos lectores, por lo general amigos benévolos, de quienes se reciben críticas muy complacientes, que publicar la obra. A partir de ese momento se asume una responsabilidad mayor, el libro se va a otras manos muy disímiles, las de un público crítico que valorará la obra.
En dependencia de esa valoración, la obra pasará a formar parte de la memoria de la literatura cubana de estos tiempos o no. Tiempos relativamente abundantes en publicaciones de todo tipo.

En el contexto de la XV Feria Internacional del Libro de La Habana (FILH), ha recibido uno de los premios Calendario de Poesía. ¿Qué le incentivó a participar?
Es un deseo de todo poeta joven tenerlo entre sus lauros. Ante una vista panorámica de los premiados por el Calendario durante los últimos diez años, se nota que son los nombres de quienes hoy definen la historia literaria del país. Esto, sin menospreciar a otras figuras consagradas. Pero me refiero a esa vanguardia que avanza desde la década del 80 y casi siempre vincula su nombre al Premio Calendario.

¿Tiene alguna significación especial?
Cuando la Asociación Hermanos Saíz (AHS) creó el concurso y se vieron las primeras ediciones de la colección en Holguín, alguien me sugirió participar. Sin embargo, yo me sentía muy “verde” aún.
Solo hace dos años vengo enviando. En esta ocasión he podido ganar. Al ser tan codiciado por los autores jóvenes, la calidad es alta, lo cual conlleva un elevado nivel competitivo.
He tenido la suerte de que este libro, Salón de última espera, escrito el año pasado, haya resultado ganador. Fue una sorpresa muy grata.

El Calendario se suma a una lista de premios ya acumulados por usted: el Alcorta, el Pinos Nuevos, el Premio de la Ciudad de Holguín, ¿es Luis Yuseff un cazador de premios?
Lo curioso de cazar premios es que, al final, uno se convierte en el cazado. Un premio implica casi siempre una publicación, algo procurado por todo escritor porque de lo contrario no tendría ningún sentido serlo. Escribir sin destinatarios es como “escribirle cartas al silencio”. Por pura vanidad esperamos que nuestra creación se lea. Quizás no sea vanidad, sino querer enviar a la luz lo hecho en el espacio privado. Obtener un premio es una manera inequívoca de publicar un libro decorosamente.
Sin embargo, aunque no alcanzan aún, hay otras alternativas de publicación. Ser ganador de un certamen no es la única vía. Quizás la calidad estética sea un móvil para enviar los libros a los concursos, porque es superior de esa forma. Cazar premios tiene esa ventaja: el libro publicado suele ser hermoso.
Además, resulta una manera de probarse. Vivimos en una isla donde, a pesar de haber tantas convocatorias, son muchos más los poetas y aunque la victoria dependa de juicios subjetivos, ganar es alentador.
Pero tampoco lo tomo como una búsqueda descarnada. Lo importante realmente es ser leído. Aunque también se desee que el libro sea un objeto bello. Es también un bien comerciable que la gente consume y lleva a sus casas, donde todo el mundo quiere tener algo bello.

¿Qué relaciona a Luis Yuseff con la belleza?
Siempre que me hacen una pregunta así, cito a Hipólito Taine, un filósofo francés mencionado varias veces por Gastón Baquero. Según él, era bello lo feo, pero más bello era lo bello.
Este es de alguna forma mi credo a seguir: buscar la belleza. Aunque también he dicho que el tratar de buscar la belleza no significa que viva exactamente en la belleza. Eso es muy difícil, soy un escritor de estos tiempos y tengo las mismas inquietudes y los mismos desgarramientos que todos. No vivo en una torre de marfil. Pero sucede que en la historia de la Literatura y el Arte, aquello que ha trascendido realmente ha sido lo asociado a los cánones de belleza de cada época. Desde Miguel Ángel Buonarroti, Da Vinci, hasta más Cosme Proenza, con una poética plástica preciosista y conmovedora, en la cual no prima la belleza fácil del ojo, esa que se refleja en el iris y el cerebro se encarga de asimilarla pasivamente. Es la belleza que enseña un falso camino al hacer sentir como a las puertas del paraíso cuando muestra un infierno. Tal es mi intención al defender la tesis de que el Arte debe ser bello y no por ello banal.
Tampoco se trata de una estética determinada. Al final, la importancia está en lo dicho.

Recientemente, en una entrevista, afirmó que en narrativa sus brazadas eran de náufrago. Sin embargo, hace poco se alzó con el Vértice, de cuentos cortos y el Celestino, también de cuento. ¿Puede significar esto que comienza a bracear mejor?
Lo curioso de esa declaración es que fue hecha con posterioridad a esos premios. Por lo tanto, mantengo esa opinión. Sigo sintiendo mis brazadas de náufrago, aunque la frase es literaria.
Sucede que comencé en el mundo de la literatura escribiendo versos, por eso me siento más cómodo con ellos. No soy un escritor que necesite grandes espacios para expresarme, como lo precisa la novela, por ejemplo. Pienso que, quizás, alguna vez, pueda acercarme a esas difíciles costas de la novela, pero no sé cuán cansado pueda llegar.
A eso me refiero al hablar de mis brazadas de náufrago. Por ahora, mis cuentos, parte de un libro inédito, duermen un dulce sueño del cual no sé cuándo finalmente despertarán. De hecho, no los he publicado nunca. Participé en estos certámenes, pero el cuaderno se mantiene inédito y no siento la seguridad de entregarlo a la editorial e irme a casa con la misma paz que cuando entrego uno de poesía.

En esa misma entrevista, declaraba que “escribir es una maldición inclaudicable”. Entonces, ¿por qué escribe Luis Yuseff?

Es una maldición, pero una maldición bendita. Aunque esta también es una expresión muy literaria. A veces uno se esmera por impresionar al periodista y por eso dice frases que parecen lapidarias y después tienen varias lecturas.
No es algo dicho por primera vez esto de que al escribir y tomárselo en serio, al escritor le es difícil renunciar. Es una fuente en constante producción, liberando una energía, un plasma, para alcanzar un fin. El acto de la creación implica todo el trayecto, desde el origen de la idea hasta la redacción en el papel.
La escritura es como el envase de esa energía, y una vez abierto el canal, ya no se puede cerrar. No se encuentra cómo detener esa reacción en cadena. Quizás duerma, esté soterrada, pero en un momento comienza otra vez. Es como el despertar de un gran animal dentro de nosotros. Un animal de creación. Y lo que digo no es un arrebato poético o una simple metáfora, es algo que alimentamos constantemente y al mismo tiempo se alimenta de nosotros.
Hay muchos escritores que dicen necesitar divertirse para escribir. A mí no me pasa exactamente lo mismo. Siento un gozo diferente. Al escribir percibo el gozo de saber que voy a llegar al final, pero mientras el momento de empezar a escribir llega, es tortuoso. Son fuerzas iguales en sentidos contrarios y quien está en el medio soy yo. Me despedazan, me fragmentan, pero no me puedo negar. Por eso es una maldición.

La muerte, el amor, la isla y la emigración son temas recurrentes dentro de su obra. ¿Por qué esos y no otros?
La Isla y la Emigración confluyen, para mí, en uno. La muerte y el amor son temas universales desde el inicio de los tiempos. Desde la misma Biblia se habla de ellos. La epopeya del Gilgamesh, escrita en tablillas de barro hace miles de años, los aborda también.
Entonces no hago nada nuevo. Solo acudo a lo que me hace, me conforma, me delimita y de algún modo trato de ser coherente con eso porque, entre otras cosas, no debemos hablar de lo que no sabemos. Si de lo que mejor sé hablar es del amor, de la muerte y de la isla, por qué entonces hablar de algo ajeno.
Sin embargo, para mí es muy importante la isla. En Cuba, en los años 90, ocurrió un fenómeno social, político, que marcó todas las artes, desde la plástica hasta la literatura, pasando por la documentalística y el cine: el asunto de los balseros. Al ser una criatura de isla y vivir en mi país, porque quiero vivir en él, lo he asumido, está también en mi poesía. Quiero que aparezca naturalmente. Si no lo he logrado, al menos lo he intentado. Defiendo posiciones no extremistas, no cómodas, aunque eso conduzca al riesgo de la hoguera. Pero los poetas, de algún modo, también estamos llamados a dejar constancia de la época que vivimos.
Al final, es una parte de nuestra historia vivida y no podemos adivinar si dentro de un siglo alguien recordará lo sucedido en Cuba en 1994, o si recordarán acontecimientos del año 2006 y quién sabe si en treinta años ya nadie recuerde quién fue Luis Yuseff.




Cartas al silencio
Por: Martha María Montejo





En el mapa personal de tu poesía, ¿qué lugar ocupa Salón de última espera?
Virgilio Piñera dijo que su poesía era circunstancial, y eso lo veía como algo que le hubiera gustado superar. La circunstancialidad en la poesía le va, a mi manera de pensar, ímplicita. Eso llevaría unas cuantas líneas para explicarlo, pero no quiero convencer a nadie, ni siquiera al mismísimo V.P que ya no está en el mundo de los vivos para enristrar sus armas contra mi. De una circunstancia surge el título y una gran parte de Salón de última espera. Fue en un aeropuerto nacional. Allí presencié escenas que me resultaron conmovedoras, otras repulsivas, y algunas indiferentes. Lo cierto es que de inmediato supe que aquello me conduciría a la escritura, un proceso que en mí es tortuoso y espaciado, pero una vez que se desencadena, también es intenso, atropellado. Este cuaderno no es la excepción, por eso se inserta en ese “mapa poético personal” coherentemente, pues continuo manejando códigos estéticos que ya me eran afines desde mi primer libro.
Salón de última espera, me ha permitido retomar, pero también adentrarme en otros espacios del alma humana. Espacios que no son excluyentes, por cierto.

Este ha sido un año pródigo en premios, ¿qué ha significado para tí?
En lo personal, este ha sido un año muy difícil, de grandes pérdidas familiares; sin embargo, he tenido la retribución espiritual que aportan los premios. De alguna manera han amortiguado esa terrible sensación que es la de ver morir a los tuyos. No es que esté signado trágicamente con lo invisible, pero si ese fuera el precio para ser agasajado, prefiero quedarme en casa, escuchando mi música, acompañado de los que amo, una conversación inteligente y alguna que otra lectura que me haga morir de envidia.

Dentro de todos los reinos que habita la Poesía, ¿en cuál vives tú?
Siempre he dicho que el Arte debe ser bello, pero no frívolo; la literatura – y menos la Poesía- pueden quedar excluídas. Fue Hipólito Taine, quien dijo: “Admito que sea bello lo feo, pero es más bello lo bello”. Y tenía razón el filósofo francés, pero, que mi poesía trate de hacerse espacio en ese reino no quiere decir, necesariamente, que yo viva en la Belleza.

Varios libros publicados, premios y lecturas te permiten hacer, al menos a mano alzada, un dibujo de la poesía holguinera. ¿Cómo lo harías?
Cuando recibí en el 2003 el Premio de la Ciudad, le comenté a algunos amigos que me sentía como si se me hubieran abierto las puertas del Parnaso holguinero, con sus íntrigas, pero también con sus poemas memorables, distintivos. Pero no arriesgo hogueras en el intento de hacer clasificaciones literarias. Prefiero que las diferencias surjan sobre la mesa; para eso están las editoriales, que se encargan de publicar sin tomar en cuenta filias o modas. Y este no es un fenómeno exclusivo de nuestra provincia, cuyo sello editorial cumplirá próximamente 20 años, sino que ocurre a todo lo largo del país. Por otra parte, para completar ese “dibujo de la poesía holguinera”, no somos los escritores criaturas demasiado gremiales, pero tampoco la diáspora; existen espacios –y no pocos- en la ciudad, dedicados a la literatura, y no sólo a la Poesía, sino, además, a la Historia, la Música, el Teatro. En esas peñas concurrimos los escritores, intercambiamos ideas, lecturas, sin necesidad de permanecer al acecho de una víctima despistada que esté dispuesta a escucharte, en un portal o bajo la farola de un parque, cada vez que escribes algo que te parece, por pura vanidad, genial.

¿Hasta dónde eres poeta, hasta dónde narrador? ¿Hay comunicación entre estos mundos?
Sí, están comunicados; cualquiera que sea el camino que tomes, el destino es el mismo: la literatura. Pero no hacen falta cartas credenciales que lucirían como títulos nobiliarios. Para ser aceptado como una cosa o la otra, sólo se trata de que tengas qué decir y, por encima de eso, que lo hagas bien.

¿Qué escribes en estos momentos?
Hay algunos libros comenzados, cuento y poesía, que espero concluir en el próximo año. Mientras tanto, como Juan Gelman, “sigo escribiéndole cartas al silencio”.

(Tomado de: http://www.cubaliteraria.cu/delacuba/ficha.php?s_Seccion=43&Id=2104






Una íntima necesidad



Por Kirenia Legón





Escribo, y lo voy a decir usando algo que escuché a una persona cuyas condiciones de vida no son las mejores: "para escapar del cuerpo", suponiendo que este viaje se haga de adentro hacia fuera; aunque todo acto de creación, si es sincero, lleva implícita una búsqueda interior que debe terminar con un hallazgo. Ese es el poema, cuando es el Poeta quien se adentra en la noche del alma.La persona que escribe o el que pinta, el que hace música, en fin, el que crea, lo hace porque tiene una íntima necesidad de decir algo. Lo cual no significa que a los demás les interese lo que tú tienes que decirles. Pero a pesar del que te lee, te observa o el que te escucha, terminas sobreponiéndote al destino de traer a la luz el mensaje que se te ha confiado. Es decir: llegó el momento en que tienes que sacar lo que llevas dentro, de la manera que sea. A mí me ha correspondido doblegar(me) (a) la palabra.. Ahora: ¿desde cuándo? No hace tanto, 5 ó 6 años quizás. Como dijo Eliseo Diego "soy reciente, de ayer mismo". Y añadiría Flor Loynaz: "Y aún de mí me fatigo todavía..."La Muerte, el Amor... Aunque para amar, y para morir (asumo la perogrullada) antes hay que estar vivos. Esos son los grandes temas de la Poesía , y en general de todas las Artes, desde siempre. Así que no hemos inventado nada. Otros estuvieron antes. Los que vinimos después, hemos encontrado en parte el camino hecho. Lo que nos compromete con la creación, está en convencer a los demás de cuán auténtico es lo que estás haciéndoles llegar, aunque en realidad sólo estás retomando.Es poco probable que logres evadir la realidad. Cualquiera que sean tus códigos como escritor --o como artista-- de algún modo quedará reflejada en lo que escribes, en lo que creas. Pero también puede ser a la inversa, porque aquí ya no puedes hablar solamente de un objeto (o un sujeto) que se mira en la superficie pulida y casta del otro: se ha creado una especie de trampa en el espacio que media entre las superficies reflejantes. Y ahí está lo creado. Yaciente o levantándose como una columna. Eso es lo que ve el consumidor potencial de lo que escribes. Y eso lo que se lleva a casa o deja en el stand empolvándose. No invito a que hagamos concesiones bastardas, pero el verso debe ser bello, despertar sensaciones, instintos en las personas, sin necesidad de acudir a una torre de marfil. Son demasiado reales los vientos que nos azotan, pero también propiciatorios. Se hace poesía de los alisios, pero también de los ciclones. Lo que no hay que olvidar es que se está haciendo literatura. El oficio le da forma a lo que aporta la inspiración. Lo otro --citando a Dulce María-- son versos sin rigor de talla, cuajados solo para darle caminos a la pena . El poema, y esto lo he dicho otras veces, es como una caja de música. Los mecanismos que la hacen funcionar deben permanecer impecables. Pero la música que canta al oído viene de más adentro. El verso se construye, pero la poesía es otra cosa.Todos tenemos fantasmas. Me acompañan a todas partes. No los puedo negar, porque sería un acto criminal decir que se vive sin ellos. Ya te comenté que a la hora de hacer poesía pasamos a través de tamices que pusieron otros, si se quiere taumatúrgicos, más cercanos al alquimista, que al hombre de ciencia; lo cual no contradice aquello de que "el león está hecho de carnero asimilado". Eso lo dijo Da Vinci, quien a su vez citaba a alguien que no recuerdo y que de seguro también tuvo sus fantasmas. Por lo pronto evoco a los míos, los convoco, los aireo constantemente. A mi diestra están los que releo: Virgilio Piñera, Lezama, Lorca, Vallejo, Rimbaud, Gabriela Mistral, Casal, Neruda, Shakespeare. Del otro lado quedan los "metabolizados", los entrañables, los que más se quieren: Dulce María Loynaz, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Constantino Kavafis, Luis Cernuda. Y me va quedando libre el ojo del huracán, pero ese lo reservo a los que prefiero que descansen en paz. Prefiero al lector que me usa sólo como intermediario. Reescribe lo que lee. Lee lo que reescribe. Y si se te concede la oportunidad, un día se te acerca y dice: "Eso pude haberlo escrito yo..." Pero está consciente de que no lo hizo. Es un ser pacífico. No pacifista. Te reta todo el tiempo, sólo que las armas las escoges tú como escritor. Piensa que te ha ganado la batalla, pero casi siempre queda rendido a tus pies y acepta, finalmente, su condición desventajosa, sin peores consecuencias.A Dios gracias "la literatura goza de buena salud", y no está en estado de coma. Sería terrible tener que empezar a pedir fármacos del extranjero para sanar nuestros libros. Hay una realidad, y esa aflora a primera vista. En Cuba se está escribiendo mucho, sobre todo poesía, y la asumen con responsabilidad tanto los jóvenes como los menos jóvenes. Existe un medio de cultivo que es rico para la creación. Pero no me preguntes qué es lo que va a quedar de todo este fervor, prefiero no arriesgar hogueras. Tampoco creo que haya que preocuparse demasiado por lo que vendrá. ¿Qué es la posteridad? ¿Cuántos años avalan la posteridad? ¿Quedar para quién...?¿Qué será de los libros que hoy se imprimen por millones en todo el mundo cuando hayan pasado veintesiglos más? Mejor vamos a dejar las cosas como están y seamos más humildes, porque al final todos seremos borrados por la ventolera arrasadora de la muerte. Aparte de lo que tengo en revistas, hay un primer libro, El traidor a las palomas. Es un cuaderno iniciático que quiero mucho. Me ha dado las mayores alegrías. Lo que vendrá después, creo, no va a superar eso, y no me refiero a calidad sino a intensidad por lo que de primer amor supone. Este volumen salió por Ediciones Holguín en el 2002, una tirada muy breve, pero fue uno de los más vendidos en la provincia. Un best seller local. Después vinieron Esquema de la impura rosa (Ed. Vigía) y Vals de los cuerpos cortados (Ed. Holguín), Premio de la Ciudad en el 2003. Espero que, si los buenos tiempos no cambian, para el próximo año aparezca por Ediciones Almargen Yo me llamaba Antonio Broccardo , y por Letras Cubanas Golpear las ventanas , Premio Pinos Nuevos 2004. Decir que tengo un poema preferido es una forma de evadirme. O evadirte, porque estaría desviando la atención de algo que forma parte de un conjunto. Ahora, si me preguntaras el poema que más quiero tal vez podría orientarte mejor, aunque siempre ese gusto va estar ligado a un sentimiento doloroso. Es la parte masoquista que me toca. De todas formas, estamos hablando de una materia conocida por unos pocos solamente. No te tomes muy en serio lo del best seller.He hecho lecturas en lugares disímiles, sobre todo referido al público. Esto me ha obligado a escoger con mucho cuidado los textos que leo cada vez, sólo por una cuestión de respeto al público, y hasta para sentirme yo mismo un poco aliviado. Enfrentar una sala con 15 personas me provoca el mismo estado de ansiedad que tener un auditorio de 80 lenguas, y 160 oídos. Me dan terror. El escritor no debe leer públicamente textos que el "distinguido" no pueda decodificar. No es cuestión de subestimar lo que tienes enfrente, sino de salvar la estancia. No todos los días aparece alguien dispuesto a salir de su casa para escuchar algo que no entiende. Entonces, como agradecimiento, no abuses de esa persona que se sobrepone a la intemperie, al solazo, o a la lluvia sólo para escucharte, aunque al final, y esto también puede suceder, se haya gastado el recital rescribiendo lo que dices. Sí, existe un acercamiento que --usando una palabrita tuya-- es muy saludable, entre los directivos de las instituciones y los creadores. Las relaciones personales que pudieran ser de protocolo, no lo son, tal vez porque me siento identificado con el movimiento artístico de vanguardia en la provincia. Lo otro que nos interesa como creadores, y en este caso como poetas, es ver publicadas nuestras obras. Me gustaría que nuestros libros salieran publicados, en su mayor parte, por ediciones de la A.H.S. En Holguín tenemos una editorial que sobrevivió a los duros años noventa; sin embargo, se puede decir que es insipiente. Ediciones La Luz está saliendo de la oscuridad y constantemente pedimos para ella, como decía Goethe, más luz... El acto de la creación tiene mucho de intuitivo. Lo demás es herramienta. Ya te hablé de esto cuando me referí al oficio y a la inspiración. Por tanto prefiero referirme ahora a lo íntimo que siempre ha sido en mí.Mis mayores anhelos a la hora de escribir son mi cuarto y la barrera musical de la que casi nunca puedo prescindir. Mi propio ruido me aísla del infiernillo que significa nacer y vivir en el Caribe. No soporto a nadie cerca mientras escribo. Sin embargo, cuando doy por terminada mi dedicación, prefiero una confrontación inmediata que me dé la medida de lo mucho o poco que he logrado comunicar. Si no me he ensimismado exageradamente en la experiencia motriz del poema. Si no me he encerrado en eso que es terrible, y que es escucharse solo a sí mismo. Lo mejor es acudir a los amigos, y no solo a los que hacen literatura, es bueno también ver del otro lado, a las personas que no escriben pero tienen un oído, una sensibilidad especial. A veces prefiero al lector crítico vinculado indirectamente a la creación. Entre ellos el hálito de la poesía se distingue mejor. Casi se puede palpar. Es lamentable que, entre poetas, de lo que menos se hable sea de poesía.Salvar... ¿Cómo el arca de Noé?... Pues trataría de incluir lo que siempre me ha sido cercano al espíritu. También le daría de comer al cuerpo. Aunque pensándolo mejor, este es un acto demasiado egoísta de mi parte, porque estaré dejando a otros lo que yo creí que era bueno para ellos. No es una acción democrática, aunque en un momento tan decisivo dudo que los hombres tengan tiempo de pensar en los demás. Tampoco creo que valga la pena la sobrevida cuando ya no estén aquellos con los que quise pasar el trance, dicho virgilianamente. Por tanto, mi corazón altruista deja su espacio para que en esa arca sea otro el salvado. No quiero la vida si no están los que amo.








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